miércoles, 7 de septiembre de 2011

Te dejo una nota.


He dejado una nota grabada encima de tu cama, 
está escrita en verso impar y es tan inconcreta como tú. 
En ella te ofrezco las diecisiete cerraduras de mi mente, 
escondite de mis miedos, fantasías y anhelos. 

En ella relato las virtudes de tu poesía, 
de tus tacones recorriendo Gran Vía 
destilando polvo y espuma, 
plantando encinas y almendros, 
ciudades enteras, 
huracanes y lagos de polen, 
de las flores que enredé en tu pelo, 
y que ahora tras las despedidas, 
se han convertido en mariposas tropicales, 
de colores vivos y violentos. 

Se colorea en escalas cromáticas ambiguas, 
dónde predomina el granate de tus labios, 
reflejando la luz de las cortinas de tu cuarto, 
y proyectando el espejismo que fuimos, 
tan denso y sólido que mantiene mi sombra en tu almohada, 
esperando a que te des la vuelta, 
y la destroces en tu vía hacia el paraíso. 

Está firmada con un abrazo, 
corto y frío, quebradizo y suave, 
frágil y etéreo, gaseoso, fútil, 
como un copo de nieve, 
impertérrito como eres, 
liofilizado en mi mente, 
grabado a puñetazos sobre mi orgullo, 
desollando los nudillos de todo lo que soy, 
contra la pared de lo que eres tú. 

Y envuelta en unos ojeras de noches de insomnio, 
de noches que nunca son de noche, 
de camas revueltas y sábanas gastadas, 
del manual sobre la inmolación de mi carácter, 
agotado de segundas oportunidades, 
cansado de canciones bajo el agua, 
anestesiado y pútrido por las heridas de tus frases, 
hechas con las uñas afiladas de tus caricias, 
y con un significado en todo, 
tan cruel como bello, 
y solo tan épico y paciente 
 como jodidamente imprescindible.

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