jueves, 12 de septiembre de 2013

Express



Cierro el portátil y una a una, voy apagando las luces de la oficina hasta que me quedo a oscuras.
Soy el último en salir, y como cada noche, ando el kilómetro que separa mi trabajo de mi casa.
Es mi casa, pero en realidad es de otro, mi casa está en otro sitio, y en ningún sitio como ese se está.
Lo juro.

Mi perra sabe que echo de menos mi casa, la de verdad, por eso cuando vuelvo de visita express se pone como loca de contenta y se hace pis encima. Ella sabe contar, por eso después de la euforia, entra en armonía y se duerme, porque sabe que ya estamos todos. No me espera pero agradece cuando llego, siempre hay que agradecer las cosas que recibimos.

Los trenes vienen y van y sin embargo, ninguno se parece al que me he estado montando estos últimos 4 años, los nuevos dan mucho más miedo. Es verdad que tienen moqueta y que no huelen a baño, pero llevan incertidumbre y señores con la vida resuelta. Yo soy un enano y miro a toda esa gente deseando no dejar de ser un niño nunca, crecer es un asco y es algo tan asqueroso que aunque tengamos gente cerca, siempre toca hacerlo solo.

Y aquí estoy, cerrando libros y comprando billetes.
Haciendo maletas con B y cambiando los enfados por nostalgia.
Mezclando la ropa con tus recuerdos, y el futuro con el correr deprisa.
Soltándome de la pata de esta mesa y saliendo desnudo por las calles.

Mañana cojo otro tren y empieza otra ronda de vida y miedos, pero fíjate, a esta creo que invito yo.

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